bebe escucha por primera vez
Cómo me sentí cuando mi bebé me escuchó por primera vez
julio 11, 2018
¿La pérdida de audición puede hacer que seas menos empático?
julio 25, 2018

Hoy Juan Elige Oír

cérébral


Desde hace algún tiempo Juan estaba teniendo problemas en el trabajo porque le costaba entender las indicaciones de su jefe. Había dejado de asistir a los encuentros con los amigos de siempre, porque se avergonzaba de solicitar que le repitieran una y otra vez el mensaje.

Además, casi no disfrutaba las reuniones familiares, porque no entendía las palabras cuando hablaban los hijos y su esposa al mismo tiempo. Poco a poco, notó que lo excluían de las conversaciones. Además, como se sentía ofendido cuando le gritaban y tenían que hablarle en voz alta, prefería asentir tímidamente cuando no comprendía con claridad lo que le decían.

Fue evitando los paseos al mall con su esposa, porque en ambientes ruidosos tenía que hacer un esfuerzo agotador para entender sus comentarios. A veces se deprimía porque sentía que sus seres queridos no le comprendían y se molestaban al tener que repetir las cosas. Sus familiares y amigos le insistían que fuese a una evaluación de la audición, pero Juan se negaba argumentando “yo no estoy sordo, son ustedes que hablan muy bajo”; “Es solo un tapón de cera”.

Pasaron meses, quizás años hasta que Juan ya no aguantó más. Se sentía incomprendido por los familiares. Se estaba aislando socialmente, y le llegó la tristeza. Juan ya estaba convencido que estaba perdiendo la audición. Aceptó que necesitaba ayuda y decidió acudir al médico otorrino.

 

«…Pasaron meses, quizás años hasta que Juan ya no aguantó más. Se sentía incomprendido por los familiares. Se estaba aislando socialmente, y llegó la tristeza. Juan ya estaba convencido que estaba perdiendo la audición. Aceptó que necesitaba ayuda y decidió acudir al médico Otorrino».

 

Luego de la rutina de evaluación clínica, la audiometría arrojó lo que ya todos sabían. Juan tenía hipoacusia en ambos oídos. Lo que antes pensaba que era solo un tapón de cera, ya estaba convencido que era una condición que requería mayor atención.

El médico le comentó sobre la conveniencia de colocar un auxiliar en cada oído para disfrutar de los sonidos a plenitud, mejorar la comprensión de las palabras en ambientes con ruido, ubicar la fuente del sonido y obtener una audición más natural. La noticia sobre la necesidad de usar audífonos resultó quizás más impactante que la misma de estar algo sordo.

Juan que estaba negado a usar un audífono, se resistía aún más a usar dos. Los pensamientos le aturdían. No se imaginaba con un par de audífonos porque le dirían viejo y pensarían que estaba en decadencia. Pensaba que sentirían lástima por él y se burlarían en el trabajo. Temía perder autoridad en el hogar y la oficina.

No sabía qué hacer. Tenía que decidir.

Juan que hasta ayer estaba negado a aceptar su hipoacusia, ahora se debatía entre adaptarse un audífono y “lucir muy viejo” o “mantenerse con apariencia joven” e ir dando tropiezos por la hipoacusia que le aquejaba. No sabía si ir sobrellevando la situación, o elegir oír y adaptarse los audífonos.

Luego de casi dos horas caminando sin rumbo y con pensamientos encontrados, decidió detenerse en una cafetería para asentar las ideas. Pidió un café y solo al recibirlo se dio cuenta que cuando asintió, sin escuchar la pregunta de la gentil joven que le atendió: «¿con leche?», se había equivocado porque no escuchó.  Él lo tomaba sin leche. Igual decidió tomárselo y buscó una mesa libre para estar a solas.

Al fondo un señor con la sonrisa más expresiva que Juan había visto jamás, le ofreció una silla en la mesa que ocupaba. Juan trató de evitarlo, pero fue en vano. Aquel hombre estaba decidido a compartir con Juan. Le hacía señas mientras Juan desviaba la mirada. Hasta que se puso en pie y prácticamente arrastró a Juan hasta la mesa. El señor lucía radiante, alegre, activo, en contraste con Juan que se veía alicaído, triste y apesadumbrado.

Conversaron sobre temas triviales mientras el señor escribía sobre una servilleta con un lápiz verde fluorescente. Los aportes de Juan a la conversación se limitaron a ofrecer disculpas si le notaba algo distraído, o más bien pensativo por una decisión pendiente que le rondaba en la cabeza. El señor en cambio tomo el control del encuentro y le contó historias sobre su familia y de lo mucho que disfrutaba compartir con sus hijos y nietos. Le explicó sobre el nuevo proyecto que le había encomendado su jefe e invitó a Juan incorporarse a una fundación que presidía.

Juan “escuchaba” con atención y con la vista perdida mientras pensaba para sí: «eso era todo lo que yo tenía en mi vida». Juan cayó en cuenta de todo lo que había ido perdiendo por no escuchar.  La amena conversación se interrumpió al aparecer una bella dama que se acercaba por el pasillo hasta alcanzar con un abrazo sorpresivo al señor por sus espaldas. «María!», dijo el señor con una gran sonrisa mientras se ponía en pie. Luego de presentarlos ella comentó: «Estos son mis días favoritos, cuando venimos al mall». «¿Me compraste las baterías de los audífonos?», pregunto el señor.

Ella le guiño un ojo y él mostró nuevamente su gran sonrisa. Se despidieron con el compromiso de reencontrarse para activar a Juan en la ayuda humanitaria. Juan los vio alejarse por el pasillo, tomados de la mano, conversando y riendo mientras el ruido habitual de los grandes centros comerciales se mantenía de fondo. Ver la felicidad que emanaban aquellos dos, le hizo anhelar para sí, retomar sus paseos al mall con su esposa, poder conversar de manera fluida, aún con ruido de fondo y disfrutar una conversación contemplando un atardecer…

 

«Ver la felicidad que emanaban aquellos dos, le hizo anhelar para sí, retomar sus paseos al mall con su esposa, poder conversar de manera fluida, aún con ruido de fondo y disfrutar una conversación contemplando un atardecer…»

 

Juan estaba comenzando a considerar las recomendaciones de su otorrino.

Al volver a su café, notó sobre la mesa una servilleta con un texto escrito en color verde fluorescente, #Eligeoír.

Volvió la vista al pasillo para ubicar al señor y agradecerle por su orientación y estímulo, pero ya no los vio. En aquel minuto, Juan se dijo para sí: «Hoy Juan elige oír».

Lo que siguió es predecible. Ahora Juan disfruta las reuniones familiares, trabaja a gusto, asiste a los encuentros sociales con sus compañeros de trabajo, asistió a una actividad de la Fundación EligeOír que ayuda a las personas con discapacidad auditiva y escribe en un blog sobre el cambio en su vida al adaptarse sus dos audífonos.

 

 

Y usted: ¿cómo era antes de usar audífonos? ¿Cuáles eran sus mayores dificultades?

¡Cuente en los comentarios!